El Hijo del Ahuizote fue un semanario, fundado en 1885, que retomó la tradición de caricaturas y escritos de protesta del periódico El Ahuizote, creado en 1874. La palabra ahuizote, de origen náhuatl, posee el significado de "algo dañino o molesto". El espíritu mordaz y crítico de estos periódicos hizo del término “ahuizotada” un sinónimo de “acción molesta”. El caso que describimos en esta sala se refiere a la profunda molestia que causaron los redactores del semanario El Hijo del Ahuizote en relación con el principal proyecto del ministro de guerra, Bernardo Reyes: la creación de la segunda reserva.
La segunda reserva fue el nombre que se le dio a una milicia de voluntarios civiles que recibirían adiestramiento militar ante el escenario de un conflicto armado con una nación extranjera. Para poder ingresar, los reservistas debían ser examinados por un médico militar y aprobar un examen “de las materias más indispensables”, comprobando su aptitud. Una vez admitidos, recibirían el grado de subteniente y portarían un uniforme que los distinguiría del resto. Además, entrenarían los domingos al igual que los militares de las filas permanentes; marchando y practicando tiro al blanco a grandes distancias; realizando formaciones en columna y caballería; practicando la asistencia a soldados enfermos o heridos; y llevando a cabo simulacros de guerra.
Aquellos que así lo desearan, podrían quedar adscritos de manera permanente en el ejército federal siempre y cuando completaran su formación castrense.
Desde 1901 aparecieron diferentes caricaturas en El Hijo del Ahuizote que denunciaban la estrecha relación del proyecto de la segunda reserva con los intereses personales de Bernardo Reyes, el jefe militar más destacado en el México porfirista, considerado un sucesor ideal del presidente Porfirio Díaz. Algunos voluntarios de la segunda reserva en Tamaulipas señalaron abiertamente que estaba en marcha la creación de una nueva corriente política que apoyaría la carrera presidencial del ministro de guerra: el reyismo.
Sobre la segunda reserva existían otros rumores. Enrique Flores Magón refiere en su autobiografía que existían distintas versiones sobre las verdaderas intenciones en la conformación de la segunda reserva del ejército. Algunos consideraban que la iniciativa buscaba fortalecer al ejército, otros creían que era una manera de equilibrar el poder entre los generales y otros más que dicha reserva permitiría tener mejor control en las zonas rurales. Como las versiones eran distintas, Enrique relata que no tuvo más remedio que infiltrarse en la reserva. Según su testimonio, cierto día se acercó a uno de los capitanes con el pretexto de limpiar su uniforme y caminó junto a él hasta lograr colarse a una reunión de oficiales. Allí escuchó acerca de un plan liderado por el ministro de guerra para… ¡suplantar al general Díaz mediante un golpe de Estado! En dicho plan, las filas de la segunda reserva tendrían un papel decisivo.
Aunque Enrique intentó pasar desapercibido, fue interceptado por un capitán que cuestionó su asistencia y, luego de insultarlo, lo corrió de aquella habitación con una patada. Enrique narra que, después de este suceso, ya no volvió a la segunda reserva. El Hijo del Ahuizote contaba con información muy importante para dar a conocer. El 17 de agosto de 1902 se publicó lo siguiente en la nota “La Segunda Reserva”:
[...] si no somos partidarios del militarismo, menos […] de la necia institución llamada 2ª Reserva […] creada para alcanzar fines personalistas […] Su autor, el ministro Reyes, […] no creó la 2ª Reserva para la defensa de la patria y de las instituciones, sino con el objeto de tener partidarios sumisos, incondicionales, susceptibles de dar su voto, de vender su conciencia en los comicios a cambio de un despacho de subteniente, de sargento o de cabo, o por […] calarse el antipático uniforme de los reservistas.
La reacción de las autoridades castrenses se produjo el 12 de septiembre de 1902, día en que la policía militar se presentó en las oficinas de la redacción de El Hijo del Ahuizote, confiscó la imprenta y aprehendió a Enrique y Ricardo Flores Magón, Evaristo Guillén y a Federico Pérez Fernández. Todos fueron llevados al cuartel del vigésimo cuarto batallón. A la mañana siguiente fueron llevados a la prisión militar de Santiago Tlatelolco. Durante el trayecto Ricardo y Enrique Flores Magón gritaron en repetidas ocasiones: “Muera Porfirio Díaz”, “Muera Bernardo Reyes”, “Muera la tiranía”, “Muera el ejército”; hasta que llegaron a la prisión de Tlatelolco.
Habían sido detenidos por la denuncia que presentó el procurador de justicia militar ante el Tercer Juzgado de Instrucción Militar. Se les acusaba de insultar al ejército a través de El Hijo del Ahuizote, es decir, de delitos de imprenta y de ultrajes a la segunda reserva. El juez estableció el encarcelamiento de los acusados con fundamento en los artículos 356 y 359 de la ley penal militar, los cuales prohibían las ofensas escritas o verbales al ejército. El juez que ordenó su detención fue Telésforo Ocampo, titular del Juzgado Tercero de Instrucción Militar. Durante el proceso, el juez decidió consignar también a Jesús Flores Magón, por haber sido colaborador del periódico Regeneración.
En septiembre de 1902 los detenidos solicitaron el amparo ante un juez de distrito y la suspensión del auto de formal prisión y de su incomunicación. Como no les concedieron el amparo solicitaron la revisión de este recurso ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, donde se formaron los expedientes 2673, 2674, 2675 y 2676 de 1902. En estos documentos no se precisa cuáles fueron los artículos que motivaron la detención, sólo se señala que se trató de contenido donde se hacía burla de cómo se formó la segunda reserva.
El abogado defensor, Francisco A. Serralde, indicó que el delito de imprenta no era aplicable, ya que las notas periodísticas no invadían la vida privada, la moral ni la paz pública, límites señalados por el artículo 7º constitucional.
Asimismo, argumentó que los tribunales militares no estaban facultados para juzgar a sus defendidos, ya que los acusados no formaban parte del ejército. También refirió que, de acuerdo con Ley Orgánica del Ejército, la segunda reserva tendría “derechos y obligaciones al hallarse al servicio de la federación”, esto es, que sólo se consideraría formalmente como una parte del ejército en el caso de que la nación entrara en guerra.
Tras estudiar el caso, la Suprema Corte de Justicia consideró que existía una escasez de datos para confirmar o negar la culpabilidad de los acusados, lo cual podría llevar a tomar una decisión que generara un daño irreparable en ellos. Por tal motivo, el 18 de octubre de 1902 el Máximo Tribunal decretó la suspensión de la prisión a la que estaban sometidos. No obstante, ninguno fue puesto en libertad porque el Juez Primero de Instrucción Militar había iniciado un proceso en contra de los detenidos, debido a los gritos que Ricardo y Enrique Flores Magón lanzaron en el trayecto a la prisión de Santiago Tlatelolco después de su aprehensión.
En esta ocasión, el juez justificó el encarcelamiento con base en los artículos 909 y 910 del Código Penal del Distrito Federal, que castigaban a todo aquel que en lo privado o en lo público injuriara al “Presidente de la República […] a cualquier individuo del Poder Legislativo, a unos de los Secretarios del Despacho a un Magistrado, Juez o Jurado, o al Gobernador del Distrito, en el acto de ejercer sus funciones […]”.
El licenciado Serralde solicitó nuevamente la suspensión de la prisión ante el Juzgado Segundo de Distrito. Mientras se desahogaba este amparo, el Tribunal Supremo Militar declaró que los juzgados militares no se encontraban facultados para juzgar los delitos de imprenta, motivo por el cual los artículos 356 y 359 de la Ley Penal Militar no podían ser aplicados. Lo anterior obligó a que los acusados fueran puestos a disposición del juez de distrito, quien sobreseyó el juicio. La Suprema Corte confirmó el sobreseimiento el 15 de agosto de 1903. Aunque desde el 24 de enero de 1903, Evaristo Guillén, Enrique y Ricardo Flores Magón y Federico Pérez Fernández obtuvieron su libertad. Este día, en agradecimiento al licenciado Francisco A. Serralde, los cuatro firmaron una carta con las siguientes palabras:
“Volvemos como entramos a la cárcel, llenos de ilusiones por un porvenir espléndido para nuestra hoy oprimida Patria. Las ilusiones no mueren en las cárceles, no. Allí, en las cárceles, se aprende a sufrir por esa Patria ideal que soñamos […] ¿A quién debemos todo eso? ¿A la Justicia? ¿Al Gobierno? No, a la Justicia, no. En México no hay justicia. Esa infortunada deidad ha abandonado a los mexicanos. ¿Podrá concebirse a la justicia con acicates? […] Vuestra ciencia fue el mejor martillo para hacer pedazos los grillos […] en Santiago Tlatelolco […] Por lo mismo aceptad de nosotros el sincero homenaje de nuestra gratitud, admiración y respeto.”
Finalmente, cabe señalar que el presidente Porfirio Díaz cesó a Bernardo Reyes del cargo de ministro de guerra, restituyéndolo como gobernador del Estado de Nuevo León. Probablemente, las notas y caricaturas publicadas en El Hijo del Ahuizote sobre la segunda reserva alertaron al señor presidente del riesgo que significaba para su gobierno. Así, en el mensaje de apertura al vigésimo primero Congreso Constitucional, el 1 de abril de 1904, Porfirio Díaz afirmó que, por las dificultades de reunir a los contingentes de voluntarios en las entidades federativas, “hubo necesidad de derogar todas las disposiciones relativas a organizar las reservas” del ejército.